Por Santiago Bedoya Pardo
El jueves 3 de abril, el Jurado Nacional de Elecciones hizo pública su decisión de retirar al expresidente Martín Vizcarra del padrón de afiliados de su partido, el irónicamente llamado Perú Primero. La decisión del Jurado es la aplicación práctica de las inhabilitaciones impuestas sobre Vizcarra por el Congreso de la República, cerrando otra puerta a su potencial participación en los comicios del 2026.
La decisión, sin embargo, podría suponer un precedente nefasto en un país con una triste tendencia a la erosión democrática. No pretendo defender a Vizcarra, quien como es de conocimiento público, no solamente engaño a millones de peruanos vacunándose en secreto durante plena pandemia, pero además experimentando con la libertad y los derechos más básicos en lo que termino uno de los peores manejos de la pandemia a nivel global, cobrando la vida de más de 200,000 peruanos.
El legislativo, en su búsqueda de aplicar su propia versión de justicia punitiva contra Vizcarra, podría terminar creando, a largo plazo, un mártir, facilitándole presentarse como nada más que la víctima de un Congreso el cual enfrenta una crisis de legitimidad innegable, contando con apenas una cifra de aprobación entre los peruanos. No solamente se le está entregando un guion de victimización perfecto, pero adicionalmente, se sienta un precedente peligroso de intervención activa e innegablemente motivada por un cálculo político en los asuntos internos de un partido político.
La alternativa a este curso de acción, sin embargo, promete ser casi tan impopular entre nuestros representantes como ellos mismos lo son entre sus representados. ¿Qué quiero decir? Que, para matar a la peste política supuesta por el discurso demagógico de Vizcarra, quienes nos oponemos a su proyecto deberíamos de estar listos y dispuestos a derrotarlo en las urnas, no a través de las intrigas y leguleyadas puestas en marcha desde el Palacio Legislativo. La derrota electoral del vizcarrismo permitiría, de forma clara y además transparente, purgar su nefasto legado del imaginario popular.
Para acabar con el monstruo, no hay que cerrar la habitación sin luz, pero más bien, alumbrarla. Este principio aplica, de igual manera, a otras figuras que se han visto purgadas de la carrera electoral en los últimos meses, figuras cuyas narrativas e ideas políticas también rechazó, como es el caso de Antauro Humala. Sin permitir la participación activa de estas fuerzas políticas, su potencial siempre quedará entre tanto la mente de sus correligionarios como la del electorado como un “lo que pudo ser”. La promesa de una posibilidad arrebatada, de un futuro perdido.
Permitiendo su participación electoral, facilitando así el cuestionamiento público de sus ideas y la oposición férrea a sus proyectos, se les puede hacer la lucha real en el único fuero que realmente importa en una democracia representativa, en la corte de la opinión pública.
Nublar el uso de la razón con los humos del sentimiento “anti” es ganar una batalla, pero poniendo en riesgo el ganar la guerra. Citando a Goya, es el sueño de la razón que produce monstruos. Para poder exorcizar a los demonios que aquejan a nuestra república, primero debemos enfrentarlos.