Por Santiago Bedoya Pardo
Durante los últimos años, el rol de la vicepresidencia de la república ha cobrado una significancia y protagonismo sin precedentes en la historia independiente del Perú. Sea a través de la sucesión presidencial gatillada por la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski en 2018 o la vacancia de Pedro Castillo tras su intento de golpe de estado en 2022, la última década ha visto 2 instancias de sucesión presidencial tomando lugar, facilitando el ascenso de tanto Martín Vizcarra como Dina Boluarte a Palacio de Gobierno.
Un vicepresidente carece de salario y responsabilidades oficiales, excepto por quedar como encargado del despacho presidencial en caso el presidente se encuentre fuera del país o indispuesto (como se daría, por ejemplo, en caso necesitase ser sometido a un proceso quirúrgico). En muchas ocasiones, hemos visto como el presidente de turno intenta ofrecerle cierta estabilidad, tanto salarial como política, a quien ocupa dicho cargo, ya sea a través de nombramientos ministeriales o al llevar al vicepresidente en sus listas parlamentarias. Para el primer caso, solo necesitamos pensar en el rol desempeñado por Dina Boluarte a la cabeza del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social (2021-2022), y en el segundo caso, la labor parlamentaria de Mercedes Aráoz como congresista de la bancada “Peruanos Por el Kambio” (2016-2019).
Existen diversos modelos en nuestra región que permiten repensar la figura de la vicepresidencia. Una opción, potencialmente desestabilizadora y populista, sería su abolición. Esto respondería al no poco común llamado a elecciones generales que se ve con la caída de cada jefe de estado directamente electo. Se vio, por ejemplo, tras el ascenso de Dina Boluarte en diciembre del 2022. Sin embargo, el reabrir la caja de Pandora electoral con la caída de cada jefe de estado supondría un ciclo potencialmente interminable de inestabilidad política, la cual tendría nefastos efectos sobre la inversión privada en nuestro país.
La segunda opción permitiría no solo la institucionalización de la figura del vicepresidente dentro de nuestro sistema político, pero también su visibilización ante el ojo público. Al introducir al vicepresidente como un agente de rol activo en el hacer político de país, se facilitaría su aceptación como sucesor legítimo del presidente en caso de gatillarse la sucesión presidencial, evitando la erosión de la institucionalidad de la presidencia que se ve hoy en día bajo con la ya mencionada Boluarte.