Apex Perú

No todos son ilegales

Por Nicolás Vargas Varillas

La actual ola de inseguridad y violencia que azota al Perú debe servir como una oportunidad para reflexionar sobre los circuitos de crimen que existen en nuestro país, y sobre cómo tanto el sector privado como el sector público pueden contribuir a detenerlos. A lo largo de los años, hemos sido horrorizados por crímenes “menores” o “de calle”, tales como asaltos, robos o secuestros al paso, sin embargo, nos sorprendemos aún más cuando, al ver sobre las bandas criminales que incurren en estos actos, descubrimos que están ligadas a organizaciones criminales mucho más grandes y dotadas de una estructura compleja, lo cual puede luego dificultar tener una estrategia para enfrentar al crimen. Un asunto que personalmente creo que es importante estudiar sin embargo es el vínculo entre el crimen, las organizaciones criminales, y las economías ilegales, y como esta combinación nefasta logra crear “la tormenta perfecta” para el caos y la inseguridad en algunos puntos del país, donde reina el desgobierno total y absoluto. Para esto, construiré en este artículo sobre dos casos que he tenido la oportunidad de estudiar de cerca por distintas razones; siendo uno el tristemente célebre caso del VRAEM, y otro el de Chala, en la costa norte del departamento de Arequipa.
El caso del VRAEM es uno que en el Perú todos conocemos a ultranza. La cuenca cocalera no solo ha sido el centro de cultivo y producción de cocaína más importante del país, sino también ha servido de un imán para atraer un sinfín de actividades económicas (formales, informales, ilegales) que llegan ahí dada la lógica presencia de personas que, en búsqueda de un mejor futuro para su familia, se sienten empujadas a formar parte de la economía dinámica que la hoja de coca provee. De esta manera, en las localidades de San Francisco, Kimbiri, Pichari o Santa Rosa resulta muy fácil encontrar hoteles, restaurantes, talleres o supermercados llenos de gente que trabaja en las actividades económicas parasitarias del narcotráfico, muchas veces incluso siendo estos negocios propiedad no de locales del VRAEM, sino de migrantes Huantinos, Huamanguinos o Cusqueños atraídos por la posibilidad de tener un negocio propio próspero. El dinamismo de la zona es tal que no resulta raro pasearse por Huanta o Huamanga y ver caravanas de camionetas 4×4 que fungen de colectivos hacia las distintas localidades del valle del rio Apurímac, así como paraderos repletos de gente haciendo cola por un asiento hacia la selva a lo largo de la ruta, la cual, dicho sea de paso, no se encuentra asfaltada del todo.

El caso de Chala no es muy distinto. Chala antiguamente resultaba como un puerto importante para la población ganadera de la zona sur de la región de Ayacucho, específicamente los de las provincias de Lucanas, Parinacochas y Paucar del Sara Sara. Los negociantes de esta zona solían bajar hacia el puerto arequipeño para poder embarcar a su ganado en el muelle de la ciudad, de también gran relevancia para la pesquería, el cual luego era vendido en otros lugares del país. Esta realidad fue desplazadamente por el auge de la minera ilegal, la cual es un común denominador en la provincia de Caravelí a la cual pertenece Chala, así como a las colindantes provincias de las zonas sur de Ica y Ayacucho. En el tramo de la carretera Panamericana Sur que cruza Chala no es extraño ver hoy un sinfín de ferreterías y tiendas que venden equipo útil paraminería a pequeña escala, desde carretillas y coladores para tierra hasta maquinaria pesada, así como laboratorios donde se define la pureza del mineral extraído. Sin embargo, también resulta común ver una proliferación de burdeles y bares, muchos informales, y que terminan siendo también imán de actividades ilegales como el comercio ilícito de drogas, o aún peor, la trata de personas.

Con estos brevísimos ejemplos quiero intentar poner a colación una realidad, y es que las actividades ilegales, las cuales la población reconoce como tal muchas veces, son también motores de economías locales, fomentando así un dinamismo que permite a mucha gente que, ante la ausencia de oportunidades, encuentra en las actividades anexas que surgen de estas economías ilegales una chance de llevar el pan a la mesa de sus hogares. Es así que nace la pregunta que revuelve sobre como intervenir, desde el estado pero también desde el sector privado, en los lugares donde priman economías ilegales, dado que esto no resulta ser solo una pregunta de seguridad (no es un secreto las enormes vulnerabilidades sufridas por, por ejemplo, la minera La Poderosa en Pataz), sino también de cómo ayudar a los ciudadanos a poder acceder a oportunidades de seguir desarrollándose económicamente, así como el proveerles servicios públicos básicos.
La mala fama que lugares como el VRAEM o Chala, así como Pataz o La Rinconada, han adquirido a lo largo de los años no deben ser razón para ignorar la realidad compleja que la población local afronta, y debe ser en cambio una motivación especial para diseñar políticas de acompañamiento, ya que solo así podremos realmente combatir de una manera efectiva a las economías ilegales.
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